Lunes 14 de Septiembre – 18,6 km
Dale caña!

Bufff.. que día… a ver como resumo…
Pa’mpezar, anoche cuando llegué al albergue estaba cerrado. En la web ponía que cerraban a las 23:00, yo llegué a las 22:35 y estaba chapado. Según voy a pegar en la puerta me gritan: «¡No toque, niño!». Por suerte, las del albergue estaban allí, acababan de cerrar y me metieron por la puerta de atrás.
– Oye, en la web pone que cierran a las 23. – Sí, pero lo cambiamos la semana pasada porque nos aburríamos solas, todo el mundo durmiendo desde las 10. – ¿No será que son las fiestas?, pensé ;)))

Me meto en la cama a las 23:00 y caigo rotundo. Me despierto alguna vez, y alguna más cuando empiezan a levantarse. Necesito ir al baño, pero me espero un poco. En breve se habrán ido todos y es mucho más cómodo preparar la mochila.

Me doy cuenta de que, con la entrada en sigilo de la noche anterior, no puse el móvil a cargar. Me levanto y lo enchufo, pero según me recuesto, una alemana se acerca a mí y empieza a hablarme en inglés sottovoce, de la que yo, sordo universal, solo atino a entender «you snore a lot»… bueno, ya estoy haciendo amigos.

Los bastones de trekking tienen vida propia y, cuando me doy cuenta, me he comido casi 20 km en 4 horas… ¡yo no quería!

La primera parte del camino me gustó bastante, con sus extensiones de millo (maíz) cultivado, pero según te aproximas a León pierde encanto y la entrada se hace larga.

A las 11:30 entro en León y, a las 12:30, estoy en mi habitación del albergue. Después de la regañina de esta mañana, me pillo una habitación individual: 20 € con baño. ¡Qué lujor! He ido rapidito (4,9 km/h), así que me tomo mi tiempo para ducha, estirar, lavar y micro siesta. Sobre las 14:00 salgo y, a poco, me encuentro a los dos colegas de ayer. Me entero de que los dos se llaman Carlos, y nos vamos a comer carne a la piedra a «La Gitana».

Mis nuevos colegas habían conocido a Roberto, un lugareño que se prestó a hacernos de guía por León… ¡y qué nivelazo! Al grupo se unieron dos norteamericanas, Judith y Laura, que ellos habían conocido en días previos. Roberto nos llevó por toda la ciudad, sabía de cada esquina, cada estatua.

Cayendo la tarde y después de llegar al confín de la ciudad, Roberto nos llevó a comernos unos dulces típicos («canela», les dicen). Nos tomamos unas cañas en un pub irlandés del centro, donde se nos juntó Sus, una australiana que conocían las americanas. De allí, ya de noche, fuimos a las bodegas subterráneas de un restaurante del Húmedo a por el último picoteo, momento en el que las americanas decidieron irse a descansar.

De los dos Carlos, el catalán se vuelve mañana para su casa y, como en su albergue los despiertan a las 6:30, cogió sus cosas y se cambió al mío. Después del picoteo, Carlos de la Rioja y nuestro guía Roberto se fueron. Fotos de despedida, abrazos y buenos deseos. Yo me tomé algo más con Carlos y me fui. Lo dejé por el Húmedo con ganas de fiestilla.

Sobre las 24:00 había llegado al albergue, pero me puse a escribir esto y casi me dio la una.

Y esta es la historia corta… ; )))

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